A veces uno no sabe hasta dónde puede llegar… hasta que llega, y si después aún se pregunta qué más hay detrás de esa línea tiene la costumbre de asomarse tanto que finalmente llega, conquista y disfruta. Eso hizo Cati Miralles, uno de los cambios radicales con resultado final más escandaloso de mi carrera profesional. 

Ella y sus 3 amigas apodadas las reinas de Montuïri fueron el primer cuarteto de entrenamiento personal que recibí, una maravilla de grupo de amigas todas remando a la vez (ya os enseñaré más adelante los otros cambios de ese grupo) con billete seguro al éxito. Ella quería quitarse algo las cartucheras y la tripa que había ganado últimamente y si podía, quería ponerse un poco fuerte.

A las 3 clases ya veía claramente que tenía ante mí un portento genético y que si conseguía inyectarle el gusanillo del entrenamiento no tardaría en dejarme con la boca abierta. Un día, vi como completaba una dominada estricta y cómo toda la musculatura de sus brazos y espalda se definía perfectamente, por aquellos entonces ya había bajado unos 15 kilos (no era una chica gordita por llamarlo así, así que podía suponer el nivel de grasa que lucía ese día) y le pedí que se levantara la camiseta destapando la barriga (las cartucheras habían desaparecido mucho tiempo atrás). Mi asombro fue algo menor que mi velocidad en ir a buscar mi cámara de fotos. Estaba ante algo que pocas veces he visto, toda una pared abdominal perfectamente descubierta y terriblemente en forma, algo que no me voy a molestar en explicar porque, hoy más que nunca, una imagen vale más que mil palabras: